jueves, 26 de abril de 2012

Haneke: La Pianista


Hay otro cine que esquiva lo moral y se acerca a lo real, que llega al borde del abismo, sin inquisiciones, un cine posmoderno. Funny Games es una “poesía” a la violencia pura, es una cinta insoportable que nos dispone a otras formas y un director con capacidad de no fingir, ser sincero, perturbar conciencias y remover estómagos.  Haneke es particular, un director sin concesiones, en su recorrido está también La Cinta Blanca, un film que muestra una sociedad enferma dentro de una moral protestante.
La pianista es una obra escrita por Elfrid Jelinek (Nobel 2004), la primera que Haneke lleva al cine;  no en su totalidad. Toma la relación “amorosa” de Erika (Isabelle Huppert) y Walter (Benoît Magimel). La historia se desarrolla en Viena. La difícil relación-- que en el transcurso se vuelve aberrante-- que vive Erica y su madre (Annie Girardot) es la primera puesta en escena y la semilla para el desarrollo de la personalidad anormal de Erica. Una madre posesiva con una hija que ya bordea los cuarenta es un hecho suficiente para abordar un personaje particular: Erica es una profesora de piano rígida y políticamente correcta, pero también es una mujer con experiencias voyeurísticas, consumidora de cintas pornográficas que llega incluso a experiencias autopunitivas. Su desdeñable vida se ve interrumpida por Walter, un pianista que incluso se matricula en sus clases para ganarse a su maestra, quien al acceder le  propone sus deseos a través de una carta, estropeando así la relación.
Es una forma de contrato, un indicativo del masoquismo del que escribe Deleuze: “…contratos  que los formalicen, que los verbalicen; y las cosas deben ser dichas, prometidas, anunciadas, cuidadosamente descriptas antes de consumarse” (Gilles Deleuze. Presentación de  Sacher–Masoch. Lo frío y lo cruel. 1967). Allí una descripción exacta de la carta que Erica le escribe cuidadosamente a Walter; pero la promesa, el contrato no se consuma, ninguno de los dos puede ejercer “el amor” a su manera. Walter actúa, inicialmente, con normalidad; pero Erica pone sus reglas. El contrato fracasa, Walter ve un monstruo (el Bello y la Bestia). Finalmente (spoiler) a él no le importa; ella llega a sentir y su sentimiento la lleva a romper el contrato y someterse ahora a sus condiciones; pero mostrar su malsano lado sexual le cuesta el interés de Walter, quien finalmente se revela y acaso toma esta situación como un reto; aunque con una metamorfosis severa: la viola; se consuma un cumplimiento inesperado y tergiversado de los deseos de Erica.
Al cerrar, ella ve a Walter con otra mujer y se presenta esa escena antológica que cierra magistralmente Huppert (su actuación le valió un Cannes) con esa daga que se introduce profundamente en el pecho, pero sin llegar jamás al corazón. Un simbolismo de la diferencia entre carne y alma.
La música es tratada de manera muy personal: Se muestra por su ausencia, no es un compensador de las debilidades fotográficas (según concepción del propio Haneke), se oye solo como parte de la acción. Y es cierto que a Haneke las imágenes le bastan. Además, hay una muestra de lo que la sociedad conservadora valora como arte: una pieza tocada sin alma. Los recitales de Erica son aplaudidos por esa deshumanidad que elige la forma.
La pianista  es un film sincero y provocador