Hay otro cine que esquiva lo moral y se acerca a lo
real, que llega al borde del abismo, sin inquisiciones, un cine posmoderno. Funny Games es una “poesía” a la
violencia pura, es una cinta insoportable que nos dispone a otras formas y un director
con capacidad de no fingir, ser sincero, perturbar conciencias y remover
estómagos. Haneke es particular, un
director sin concesiones, en su recorrido está también La Cinta Blanca, un film que muestra una sociedad enferma dentro de
una moral protestante.
La pianista
es una obra escrita por Elfrid Jelinek (Nobel 2004), la primera que Haneke lleva
al cine; no en su totalidad. Toma la
relación “amorosa” de Erika (Isabelle Huppert) y Walter (Benoît Magimel). La
historia se desarrolla en Viena. La difícil relación-- que en el transcurso se
vuelve aberrante-- que vive Erica y su madre (Annie Girardot) es la primera
puesta en escena y la semilla para el desarrollo de la personalidad anormal de
Erica. Una madre posesiva con una hija que ya bordea los cuarenta es un hecho
suficiente para abordar un personaje particular: Erica es una profesora de
piano rígida y políticamente correcta, pero también es una mujer con
experiencias voyeurísticas, consumidora de cintas pornográficas que llega
incluso a experiencias autopunitivas. Su desdeñable vida se ve interrumpida por
Walter, un pianista que incluso se matricula en sus clases para ganarse a su
maestra, quien al acceder le propone sus
deseos a través de una carta, estropeando así la relación.
Es una forma de contrato, un indicativo del masoquismo
del que escribe Deleuze: “…contratos que
los formalicen, que los verbalicen; y las cosas deben ser dichas, prometidas,
anunciadas, cuidadosamente descriptas antes de consumarse” (Gilles Deleuze. Presentación de Sacher–Masoch. Lo frío y lo cruel. 1967).
Allí una descripción exacta de la carta que Erica le escribe cuidadosamente a
Walter; pero la promesa, el contrato no se consuma, ninguno de los dos puede
ejercer “el amor” a su manera. Walter actúa, inicialmente, con normalidad; pero
Erica pone sus reglas. El contrato fracasa, Walter ve un monstruo (el Bello y
la Bestia). Finalmente (spoiler) a él
no le importa; ella llega a sentir y su sentimiento la lleva a romper el
contrato y someterse ahora a sus condiciones; pero mostrar su malsano lado
sexual le cuesta el interés de Walter, quien finalmente se revela y acaso toma esta
situación como un reto; aunque con una metamorfosis severa: la viola; se
consuma un cumplimiento inesperado y tergiversado de los deseos de Erica.
Al cerrar, ella ve a Walter con otra mujer y se
presenta esa escena antológica que cierra magistralmente Huppert (su actuación le
valió un Cannes) con esa daga que se introduce profundamente en el pecho, pero
sin llegar jamás al corazón. Un simbolismo de la diferencia entre carne y alma.
La música es tratada de manera muy personal: Se
muestra por su ausencia, no es un compensador de las debilidades fotográficas
(según concepción del propio Haneke), se oye solo como parte de la acción. Y es
cierto que a Haneke las imágenes le bastan. Además, hay una muestra de lo que
la sociedad conservadora valora como arte: una pieza tocada sin alma. Los
recitales de Erica son aplaudidos por esa deshumanidad que elige la forma.
La pianista
es un film sincero y provocador